jueves, 31 de mayo de 2012

Devaneos de una mujer madura.

Me cuenta...


Estaba la otra noche en tratos de cercanía con un apuesto cuarentón algo más lozano que yo. 

El hombre, en la crisis propia de su edad, se debatía, supongo, entre dejarse llevar o ¿darle cuentas a su mujer? Ardiente estaba, doy fe, pero nada, que no avanzaba. En punto muerto un buen rato. Punto muerto él, todo sea dicho, porque a mí derretida me tenía. ¡A ver, caballero, se lo piense un momento antes de empezar! Que si no hay mambo, yo sigo bailando y tan contenta. 

Entre el pensamiento del “que sí que no”… ¡pues no voy y me ligo a un yogur!... Pero yogur, yogur ¿eh? Frutos del bosque para que te hagas una idea. 

Aprovechando un "que no" del pensador, se acercó una chica joven con la intención decidida de presentarme a un amigo suyo quien, según me dijo, quería conocerme. 

Qué monada, mi niña, pero qué monada. Sin ser madre yo, así, visto desde fuera, me hubiera encantado tenerlo como hijo. Y no sé qué demonios es lo que de mí le atrajo. ¿Mi movimiento de cadera imantada a la del pensador? ¿Su mano recorriendo mi espalda?… Quizá sí, que conozco esos demonios. 

-“Vente a la playa conmigo”-, me suspiró en una suave caricia de sus labios, en ese preciso punto donde el contacto casi es solo un deseo. 

¡Plof! 
¿¡Playa!? ¿He oído ppllayyaaaa? 

Mi cabeza empezó a funcionar y ya ni sabía dónde estaban sus labios.

Como que no, que la respuesta va a ser que no. Que va una apurada pero… entrar en el modus vivendi de pobre de solemnidad… ¡A la playa! Cariño, 14 grados. En la calle, frío con abrigo a pesar de la brasa interna. Estupendo estás, sí, pero te dudo capaz de ponerme a 40 grados, si dejo ciertas partes al aire. ¿Un resfriado por un calentón? Mal cambio, malo. A ver… (mi cabeza ya a 353 por hora)… qué posibilidades me quedan.
A mi casa, ni hablar. ¿Cómo le doy la patada si ronca? ¿Y mañana darle desayuno? Este toma Colacao todavía. No, no, no. 
A casa de su mamá, tampoco, claro. Mira que si resulta que la conozco.
El hotel lo pago yo porque el niño no tiene un duro. ¿Y sentirme como cliente de… ? Imposible. Solo puedo con lo que soy capaz de perdonarme y esas cosas hay que cuidarlas. 


La playa, dice… Pues menudo pastel… Literal, un pastel. Que húmedo y arena es barro. Que yo ya estuve retozando por ahí a la edad del pretendiente, cuando todo parecía romántico. ¡Y no veas la arena, menudas sutilezas! 

A mi casa, Sonrisa, en ninguna compañía. Que una no está para experimentos. Otro día. 

¿Moraleja? 

Maduritos, por favor. Que haberlos, haylos. Pensadores algunos, sí, pero a partir de los cuarenta ya tenemos todos la misma edad y eso nos da mucho margen. 



domingo, 27 de mayo de 2012

Qué nos dice el silencio cuando calla.


Cuando alguien enmudece,
es el silencio quien habla.
Qué nos dice el silencio cuando calla.



El silencio tiene eco.
Ensordece.
Pierde brillo en la distancia.



Quiero ser jardinera de palabras.
Cultivar recitando sentimiento.
Delicada letra, delicada voz.

Que el silencio es un idioma,
si se escribe con caricia
o se entona con mirada.

En cada punto,
en cada coma.


Esclavo tú de ti. 
Suelta amarras.
Palabra... pausa... palabra.
Empieza suave. 

Pronuncia silencio 
solo para decir nada.
Ya pasó abril. 

No silba el viento.


Qué me dice el silencio cuando callas.
Habla tú.
Él engaña.









jueves, 24 de mayo de 2012

No se cumplen los años de un muerto.


26 de mayo.


Muerto.
 ¿Por qué se dice estás, si no estás?

El último adiós es un instante infinito. Asoma la nada tras la mirada triste. Y no quieres que llegue.

El último beso es un instante infinito. No quieres que acabe. Y se instala el vacío tras el roce triste.


La vida retrasa sus horas. El tiempo en presente es más lento que hacia atrás. Se estira el ayer. Si avanzo, el muerto se va. Pesa el mundo al girar. Insulta, insiste, sigue…

Digo fue, tuve, estuve, amé. Es un nuevo pasado simple. Extraño pretérito inconcluso porque aún lo alegre sería redondo y perfecto, si pudiera contárselo, y lo triste más llevadero, si su cuerpo me sirviera de almohada.

Hoy mi sonrisa necesita el impulso de mis dedos. Es el dolor de la ausencia que da un pinchazo. Ligero.

Pasa el tiempo, pasa el tiempo… el tiempo.
No se cumplen los años de un muerto.
Pero son tres.


domingo, 20 de mayo de 2012

Un paseo por dentro.


Perderme por las calles, deambular sola, sin rumbo fijo. Abdicar en mis pies. Desconectar su movimiento de los estímulos del cerebro. Dejar que caminen, que me lleven, que decidan. Despreocupada.

Barcelona es preciosa. De noche y de día. Si la paseas, como un loco más, mirando hacia arriba, te acaricia con otra dimensión.

Es rara casualidad encontrar a nadie conocido y esta ausencia de interrupciones facilita mis largos coqueteos con ella.

Las ciudades gustan elegir a quien las habita. Barcelona te quiere porque te pareces a ella: cosmopolita, abierta, mediterránea”. Suenan a música estas palabras, en la voz del hombre encantador que las pronuncia. Delicadeza oportuna y tan bonita como excesiva.

Advierto en mis pies cierta tendencia hacia el mar. Cuando me llevan hasta la orilla, lo agradezco. Aunque aprehendí el olor a tierra húmeda del bosque y la montaña, es reconciliador contemplar de cerca el color de esa agua salada de mis venas.

Acostumbro a entrar en las iglesias con la invitación de los mendigos que anuncian horario en las puertas. Son retales de la época universitaria. No hay actitud piadosa en mis visitas. La fe de los cánticos de colegio se quedó por el camino de la vida. Casi imposible repetir un Padre Nuestro, tan olvidadas las plegarias entonadas cuando niña.

Santa María del Mar es mi lugar especial cuando se acierta a esa ninguna hora en la que está casi vacía. Descansar en un banco, en silencio. A pesar de los olvidos, se diría imposible no rezar.

Mis pies me han llevado hoy a uno de esos espacios que suavizan el alma: la Iglesia de Santa Ana. Un delicioso rincón rural en medio de la ciudad. He disfrutado de un paseo por el pequeño claustro y de un rato de paz sentada en el templo que me esperaba para dedicarme este momento. Ni un alma allí más que la mía.

Ateo recogimiento. Un reflejo de mí misma como en un espejo. Tan claramente me contemplo, me encuentro, me entiendo. Profunda emoción. Siento lágrimas que acepto. No es tristeza, no alegría. Es sosiego.

De regreso a casa, la ciudad persevera en su dulce conquista innecesaria. Me besa suave pero aún le callo mi certeza: es este mi sitio. 




jueves, 17 de mayo de 2012

Sanos contrastes.


Me gusta mantenerme en forma.

Es necesario procurarse un cuerpo fuerte para cuando el alma está débil. Y la vida tiene otro color cuando se activan los músculos.

Salgo a correr. Every two days (dicho así en un guiño al corredor más constante que he conocido en mi vida). Suelo dejar un par de días de descanso para mis piernas. No quiero excesos que luego me impidan bailar.

Aunque me aventuro por otros, mi circuito más habitual parte desde mi calle, recorre un tramo de la Diagonal, incluye una vuelta a un par de parques de la ciudad y vuelta para casa. Estiramientos y ducha. Es una auténtica delicia. 

Ritmo lento el mío, 6'2 min/km. Los poco más de 7 kilómetros, en unos 45 minutos. Algo más rápido, si voy con mi hermana, que me hace sentir Rocky Balboa al final de la escalinata. Ella supera mi ritmo pero se acomoda. Un cielo.

No hay más pretensión que sentirme bien. Animada por ella, empecé a correr como terapia ante circunstancias especialmente tristes (ya veis como digo bien al llamar cielo a quien tengo por hermana). Me puse muy en forma entrenando por montaña y bosque.


Correr por ciudad es distinto. El asfalto es más duro. Los sonidos urbanos obligan a escuchar música. Para oírla en bosque no son necesarios auriculares. Pero es placentero. Igualmente es placentero. Cada vez más ligero el talón hacia el glúteo. Sabéis quienes corréis.



Madurita. Subo la media de las mujeres que corren por este circuito. ¿Será porque está cerca de la zona universitaria? La cuestión es que me cruzo con mujeres más jóvenes. Cierto es que estar rodeada de “más jóvenes” resulta ya muy sencillo. Los hombres son más variados. Gente de todo tipo… Divertido.


Siempre mona. Salgo a correr remona. Nada de cursiladas, auténtica. El glamour del tacón lo traslado a mis zapatillas voladoras. 


Y, aunque no es estética la motivación,  no está mal plantarle cara a la gravedad que hace estragos. A cierta edad, si no llegan a la rodilla es porque no se ha alcanzado la 90. Es posible que solo me entendáis las mujeres. Si algún hombre quiere aclaración, que pregunte.


Otro ejemplo. Chicas, ¿habéis hecho la prueba de las “pitas, pitas”? Os explico. Venga, un ejercicio: A ver, ¿cómo les echas de comer a las gallinas? Al hacerlo, di “pitas, pitas”. Mira tu brazo. ¿Qué se te mueve?
¡Ay, niña, la gravedad! Que sí, que mientras te preocupas del tradicional “culoteta”, ella, traicionera y por detrás, se ensaña por donde menos te lo esperas.


A lo que iba. Esa (yo) tan mona, de natural, como decía, que no me cuesta esfuerzo, de repente … ¡jchu!. Escupitajo, sí. Que la saliva se acumula, oye. ¿Qué voy a hacer? ¡Jchu! Me miran: “¿Qué miras? Me sobra saliva ¿Qué quieres? Al árbol no le pasa nada por un poco más de agua. Tu perro aligera ¿no? Pues yo escupo. ¡Y no enseño nada!”.


¡Era eso! No era el asfalto, no eran los pájaros ni el olor. Me costó ponerme en forma en Barcelona. ¡Era el pudor! ¡La buena educación de las féminas de mi generación! Lo descubrí, me decidí… ¡lo superé!


Entiendo que es un contraste. Pero qué sano. Me siento gacela libre y veloz.
Al tanto ¿eh?, que requiere entrenamiento. Es todo un arte lo de escupir en carrera, sin perder el ritmo. A quien quiera, doy clases for free.


¡Uf! Nunca pensé que me haría tan feliz soltar un salivazo.


A las mujeres que se saben quitar el corsé.
Las risas para OA, AA y LZ, tres princesas deportistas de mi vida.

miércoles, 9 de mayo de 2012

Qué lugar se ocupa cuando no se ocupa lugar.





Sentí una descarga al leer la frase. Entró por los ojos y sacudió mi cuerpo entero. Su dolor se me clavó como un puñal. Sus afectos perdidos, su padre muerto, él desolado. 

¿Qué me hirió, su pena o la mía? Las pérdidas alimentan el recuerdo de la muerte sentida. 

Triste, cruel desgarro que sangra a los vivos. La muerte. Su dignidad se perfila en los que se quedan. La tribu se une más... o se separa. Difícil convivir si el dolor es amalgama.

Todos ocupan un sitio. Postura firme, lágrimas suaves. Los hijos observan a sus padres. Testigos directos repiten pesar cuando la ley de la vida se impone. Porque se impone. Los hijos deben ver morir a los padres. 
"Es una hermosa acción que enaltece vuestros sentimientos, Hamlet, el rendir a vuestro padre ese fúnebre tributo; mas no debéis ignorar que vuestro padre perdió a su padre; que este perdió también al suyo, y que el superviviente queda comprometido por cierto término a la obligación filial de consagrarle el correspondiente dolor; (…)

Pues si sabemos que esto ha de suceder necesariamente (…)

es la muerte de los padres, y que desde el primer difunto hasta el que muere hoy no ha cesado de exclamar: ¡Así ha de ser!"


William Shakespeare 

Hamlet. Príncipe de Dinamarca
Acto I. Escena II 



Qué decir cuando apenas se asoma por un rincón en una vida. Respetar la intimidad del dolor, el pudor del llanto. Un paso atrás ante un duelo íntimo aunque avanza el deseo de compartir más allá de lo razonable, sin saber qué medida tiene la razón. Porque aprendí los episodios del dolor de la muerte, porque podría advertir o consolar, porque quiero estar, aun desde un pequeño espacio lateral y no definido de esa vida. 

Acompañado y triste, entretenido y triste, primero. Difícil balance emocional y ajuste en soledad, después. Con la muerte, con los vivos. 

Para tu soledad, mi compañía. Es necesario decirlo y saberlo. Que escucho, que no sé nada, que olvido todo. Reservado tengo un lugar para tu pena. Sin esperar nada a cambio, mi sonrisa, mi mano, mi abrazo, mi silencio. 
Cuando tú quieras. Aguardo. 


A un sólido hombre (des)conocido. 
De vez en cuando, renacer.





jueves, 3 de mayo de 2012

Reflexiones tras mi despido.


Sí mirar abajo da vértigo, conviene mirar al frente. 

Estar en paro el Día del Trabajo tiene su qué.  
Y más qué, un sonoro NO de ayer.

Han pasado tres meses desde que recibí mi carta de despido. 

Causa real: incompatibilidad con un desconfiado empresario del paleolítico. 

Resultado: él sigue en su empresa con sus principios y yo estoy en la calle con los míos. 



No me di cuenta durante el proceso de selección. En ocasiones, otorgamos a los mensajes la interpretación más acorde a nuestros deseos, cediéndoles a estos el control sobre nuestra capacidad de análisis. Asumo los errores que conmigo misma cometí. Sobre la falta de coherencia de la parte contratante no vale la pena hablar aquí.  


En esa empresa estuve un año. Llegué a Barcelona en un salto arriesgado con cambio de residencia y abandono de puesto seguro, estable, con pocas, lentas y aburridas perspectivas. Aparentemente me ha salido mal. Pero es solo la apariencia. Me aferro a la idea de que he pagado una "empresa peaje" para disfrutar de esta hermosísima ciudad en la que creo haber encontrado mi sitio. Veremos. Ahora, abierta al mundo. En estos tiempos, debo.

Un año de vida profesional en las cuevas del cuaternario me ha permitido afianzarme en mis principios básicos.

Conocí a más de una persona con la que fue un placer trabajar. Me alegraré si volvemos a coincidir. También sufrí a otras con las que el intento me provocaba el mismo dolor de muelas que sigue ocasionando a los que allí permanecen. Misión casi imposible con alguna en especial, con quien conseguir dar un paso adelante fue tarea digna de un Hércules, merecedora de asignación de concepto retributivo especial. 
“Nadie duda de que lo que más enriquece y forma es el trato con buenas personas. Pero, por desgracia, también es cierto que lo que más empobrece y deforma es el trato con malas personas. Cometeremos un grave error si pensamos que las malas personas no podrán hacernos daño. Hacen daño a todo el mundo.” 
A pesar de la mala experiencia, mantengo que los buenos jefes existen
A este respecto, recomiendo leer "Yo tuve un día un jefe...", estupenda entrada de “El vértigo del tiempo”, interesante blog de José Luis Samaranch. 
Uno de los comentarios ofrece reconocimiento a un buen jefe, en contraposición a los malos jefes que "los hay, sabemos que los hay. Trabajan mucho también, como todos los jefes, pero muy mal".
Siguiendo la recomendación que allí figura, me hice con el libro “La Empresa. Pensamientos de un director general” de Ignacio Moreno Purroy. Transcribo, acompañando a mis reflexiones, algunas de las frases contundentes que he tenido el placer de leer. 
"La empresa que exige a su personal que cada vez trabaje más por menos dinero, que amenaza con despidos…. argumentando razones que nadie entiende, no sólo no favorece las expectativas de felicidad, sino que causa desánimo y frustración. 

Las empresas tienen alma. Las empresas se entusiasman o deprimen, como las personas. 

Cuando la dirección miente, incumple promesas, exige cumplir objetivos inalcanzables o abandona a sus hombres en los momentos clave, la empresa se entristece. 

(…) 

Un paso imprescindible para conseguir un espíritu de cooperación, fundamental para que las relaciones sean buenas y duraderas, es propiciar un entorno en que las personas no teman decir la verdad. En ausencia de la verdad surgen las habladurías y rumores”. 
Cualquier modelo de gestión que no se apoye en estas premisas supone un paso atrás en mi vida profesional. Y de lo que se trata es de seguir hacia adelante. 
“Hacer que el centro de trabajo sea un lugar apasionante no es tarea fácil, más bien es una de esas cosas particularmente difíciles…. 

….los empleados tienen que sentirse satisfechos al llegar el lunes a la compañía y orgullosos de trabajar con su jefe. ¿Utopía? Es posible, pero creo que vale la pena intentarlo”. 
La pregunta es: ¿cuántos de vosotros os sentís orgullosos de trabajar con vuestro jefe? Os animo a no renunciar a la posibilidad de que un jefe os haga sentir orgullosos. El buen jefe existe.

Por cierto.... yo lo soy. 

Tras mi despido, mis horizontes se han ampliado. La vida, mi vida tiene esas contradicciones.