domingo, 20 de mayo de 2012

Un paseo por dentro.


Perderme por las calles, deambular sola, sin rumbo fijo. Abdicar en mis pies. Desconectar su movimiento de los estímulos del cerebro. Dejar que caminen, que me lleven, que decidan. Despreocupada.

Barcelona es preciosa. De noche y de día. Si la paseas, como un loco más, mirando hacia arriba, te acaricia con otra dimensión.

Es rara casualidad encontrar a nadie conocido y esta ausencia de interrupciones facilita mis largos coqueteos con ella.

Las ciudades gustan elegir a quien las habita. Barcelona te quiere porque te pareces a ella: cosmopolita, abierta, mediterránea”. Suenan a música estas palabras, en la voz del hombre encantador que las pronuncia. Delicadeza oportuna y tan bonita como excesiva.

Advierto en mis pies cierta tendencia hacia el mar. Cuando me llevan hasta la orilla, lo agradezco. Aunque aprehendí el olor a tierra húmeda del bosque y la montaña, es reconciliador contemplar de cerca el color de esa agua salada de mis venas.

Acostumbro a entrar en las iglesias con la invitación de los mendigos que anuncian horario en las puertas. Son retales de la época universitaria. No hay actitud piadosa en mis visitas. La fe de los cánticos de colegio se quedó por el camino de la vida. Casi imposible repetir un Padre Nuestro, tan olvidadas las plegarias entonadas cuando niña.

Santa María del Mar es mi lugar especial cuando se acierta a esa ninguna hora en la que está casi vacía. Descansar en un banco, en silencio. A pesar de los olvidos, se diría imposible no rezar.

Mis pies me han llevado hoy a uno de esos espacios que suavizan el alma: la Iglesia de Santa Ana. Un delicioso rincón rural en medio de la ciudad. He disfrutado de un paseo por el pequeño claustro y de un rato de paz sentada en el templo que me esperaba para dedicarme este momento. Ni un alma allí más que la mía.

Ateo recogimiento. Un reflejo de mí misma como en un espejo. Tan claramente me contemplo, me encuentro, me entiendo. Profunda emoción. Siento lágrimas que acepto. No es tristeza, no alegría. Es sosiego.

De regreso a casa, la ciudad persevera en su dulce conquista innecesaria. Me besa suave pero aún le callo mi certeza: es este mi sitio. 




2 comentarios:

  1. Qué difícil encontrar el sitio. Si tú lo has reconocido, tienes ya mucho. Un beso y mucho tiempo para disfrutarlo en Barcelona.
    Lolaylo

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  2. Debo seguir abierta al mundo. Pienso que Barcelona me lo permite porque es acogedora y me demuestra que el gran mundo se lleva dentro. El de ahí fuera está al alcance. ¿No crees? Gracias, Lolaylo. Otro beso para ti.

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