Olía bien. A flores y plantas recién regadas. Al fondo, una puerta abierta señalaba el camino hasta una sala acogedora y sencilla. Se adivinaba jardín tras los visillos blancos. Fresca penumbra de últimas horas de la tarde. A un lado, una mesa, un sillón de dos plazas y ella. Hermosa mujer. Todos los años sabios en su bello rostro de lino arrugado. Pecho mullido para reposar, sonrisa para confiar, intensa mirada para escuchar.
Me indicó asiento acariciando el sillón...