La lectura, hace muchos años ya, de “Solas” de Carmen Alborch, contribuyó de manera decisiva a convertirme en la mujer definida y directa que soy. Ni es bueno ni es malo ser así. Simplemente, es.
Mi manera de entender la relación con un hombre tiene el riesgo de la soledad no querida, pero la gran ventaja del inconformismo ante una compañía no satisfactoria.
“Las mujeres solas no nos conformamos. Vivimos acompañadas mientras nos sentimos queridas, mientras se mantiene el deseo, mientras perdura la complicidad y el respeto. Pero cuando no existe sincronización con nuestra pareja, preferimos estar solas que resignarnos al desamor. En cualquier caso, no somos militantes de la soledad.”
Mantenemos, hombres y mujeres, incesante y continua la esperanza de descubrir el par. Y es que la felicidad es más feliz en compañía. ¿Para qué engañarnos?
Sentirse sola es malo. Es un sentimiento compatible con cualquier estado. Una mujer se puede sentir sola estando casada, soltera, divorciada, viuda… A esta soledad le acompaña un frío sobrecogedor. No hay manta que pueda deshacer el hielo que se instala en los huesos. Lo he probado. Malo, muy malo.
También ocurre estar sola y no sentirse sola. Es delicioso estar así. Independiente, autónoma, importante, autosuficiente. Pero dura poco. A mí me dura poco. Sola se está bien un rato, puede ser largo, de años incluso, pero un rato de la vida al fin y al cabo.
El estado ideal es estar emocionalmente acompañada. Serena, confiada y tranquilamente enamorada de quien, incluso, sabe no estar. ¿Es demasiado? No por imposible lo voy a descartar. No hay que dedicar tiempo a buscarlo, no son elementos bajo control. Si surge, es un auténtico milagro. Hay que saber reconocerlo.
El inicio de una relación no requiere una decisión previa. No habría que plantearlo ni tan siquiera. Mejor que surja espontáneo, que se vaya consolidando, sin planteamiento racional alguno. Porque conviene, porque hace feliz, porque apetece. Sin forzar. Un día te descubres reconociendo que no hay alegría si no la compartes; al siguiente, te sientes muy acompañado; y, de repente, te das cuenta de que tu plan lo has diseñado con otro y para dos. A partir de ese entonces poco perfilado es ya relación. Esa seguridad que se alcanza permite tomar otro tipo de decisiones. Importa que el sentimiento coincida en el tiempo, sea de intensidad equilibrada y se acepte con naturalidad su evolución.
Una relación no debe prefijar su duración. No tiene por qué ser eterna. El tiempo que dura el amor no define su bondad. El amor es intrínsecamente bueno. Hay que permitirse vivirlo, sentirlo. Aunque dure un instante. El amor se desarrolla cuando es necesario y porque es necesario. Es más, toma la forma que la necesidad de los amantes le da. Cuando las necesidades coinciden y las respuestas son acertadas, se alcanza el equilibrio deseado que hace de la relación un lugar maravilloso.
Partir desde el alma y alcanzar la plenitud en el cuerpo. Descubrirse en el cuerpo y alcanzar la plenitud en el alma. Da igual el orden. No daré más importancia al sexo de la que tiene. Pero tiene mucha. Me refiero ahora al deseo físico que alimenta la persona candidata a formar par, a diferencia de otras, también interesantes, pero que no despiertan ese apetito.
Todavía sorprendemos las mujeres que nos adelantamos a los hombres pensando así. Y más las que proponemos.
Muchas personas muestran el alma con naturalidad. Diría incluso que en exceso. Es mucho más preciosa que nuestro cuerpo. Y, sin embargo, predomina el recelo a compartir el cuerpo. Entiendo y respeto a las personas que quieren sexo. Es más, yo quiero jugar a eso. Cierto es que cuando ocurre el milagro de compartir alma y cuerpo en el mismo preciso instante, uno no quiere que se mueva el mundo ¿no es así? Cuando se sabe que puede ocurrir, se quiere repetir y repetir.
De un hombre espero que esté conmigo, mientras está conmigo. No me siento capaz de abarcar el completo del hombre hacia el que yo dirija mi mirada. Sé seguro que, cuando mi atención se detiene curiosa, es porque ese hombre es inabarcable.... y lo acepto. Sin más. Toda la vida del hombre que yo ame no puede ser mía. Imposible. Espero del hombre que no intente que mi vida se convierta en la suya.
Ahora bien, las bases de mi hombre deben estar apoyadas en mí, como mis fundamentos en él. Esta torre no se construye de un día para otro. Se empieza, se vive tolerando el riesgo que conlleva. Y dura… lo que dura.
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(Hay cosas que ya te he dicho)